lunes, 30 de octubre de 2017

HALLOWEEN 2017



El fantasma tragón

Anita era una niña que creía firmemente en la existencia de los fantasmas y al acercarse la Noche de Brujas o Halloween, solo quería al salir a buscar golosinas, con la esperanza de encontrar a un terrorífico fantasma para pasar un buen "susto". Sobra decir que Anita era amante de los cuentos de terror.
La noche del 31 de Octubre, se disfrazó y con sus amiguitas se fue a conseguir muchos dulces y tal vez... ¿alguna aventura? Cuando volvió a casa, después de cenar y de quitarse el disfraz, buscó un buen escondite donde guardar todas las golosinas que había recolectado, procurando, eso sí, que nadie la viera, porque no quería compartirlas con nadie. Pronto se durmió. A medianoche, un ruidito la despertó, asomó la cabeza por encima de las sábanas y cual fue su sorpresa al observar que lo que había a los pies de su cama era nada más y nada menos que… ¡un fantasma!
Todo blanco, se deslizaba flotando. Anita observaba atentamente y casi sin respirar. De repente, el fantasma desapareció de su vista con un ruído de papel que se arruga con las manos. Por la mañana corrió a contar a su familia lo ocurrido la noche anterior. Su madre intentaba en vano convencerla de que habría sido un sueño, pero Anita logró que su padres subieran con ella hasta su cuarto. Una vez allí, Anita les enseñó dónde lo había visto… y, ¡oh, sorpresa!
¡Su escondite había sido saqueado! Ya no estaban allí sus caramelos, ni sus chocolates, ni sus galletas, conseguidas con tanto esfuerzo la tarde anterior. ¿Habría sido el fantasma? ¿Los fantasmas comen chocolate y golosinas? Hoy… 22 años después, Anita aún no conoce la respuesta, y los científicos no han podido confirmar en qué consiste la dieta de un fantasma. Lo que Anita sí sabe es que si aquél día hubiera compartido sus dulces con sus papás y sus hermanos, no se habría quedado sin ellos, así que… este Halloween compartid vuestras chuches con quien podáis, ¡no vaya a ser que vuelva el fantasma tragón y se los coma!
Y Colorín, Colorado, este cuento de miedo, se ha terminado :)

Pedrito y la Luna llena

Pedrito tenía un miedo irracional a la Luna llena, desde siempre. Pensaba que podía caérsele encima, comérselo crudo con un poco de orégano, o algo peor. Ese martes era Halloween, y Pedrito quería salir a jugar con sus amigos, y disfrazarse… pero no podía: ¡era Luna llena! Finalmente sus amiguitos le convencieron, y él, reacio y muy, muy asustado, salió de casa en su busca. Al principio no dejaba de mirar a la Luna de reojo, pero luego se tranquilizó, y justo entonces, pasó.
La Luna se hizo más y más grande, le salieron ojos y una sonrisa terrorífica con dientes afilados. Cuando Pedrito la vio casi le da un patatús. Empezó a correr en dirección a su casa pero la Luna voló tras él hasta que, ¡zas!, le atrapó entre sus manos, y le dijo: “Pedrito, soy la Luna y hoy vas a ser mi cena”. Pedrito tartamudeaba y temblaba, llorando a mares con hipos y todo. La Luna, sorprendida ante el enorme susto de Pedrito, vio que tal vez la broma se le había ido de las manos… un poco. Relajó su redonda carita y le dijo: “Perdóname Pedrito, no tengas miedo, ¡yo no soy mala! Y no te voy a comer, es solo que como hoy es Halloween, yo también quería disfrazarme, como vosotros los niños. Pero no tienes que asustarte de mí, yo solo trabajo dando luz por la noche”.
La Luna soltó a Pedrito y le dio un empujoncito suave, despidiéndose con una tímida sonrisa. Pedrito, con los ojos como platos, empezó a caminar hacia casa. Y de pronto se dio cuenta de una cosa: ¡nunca más volvería a tenerle miedo a la Luna! El gran susto que había pasado le había servido para darse cuenta de que ella nunca le haría mal. Desde entonces, empezó a mirarla cada noche, despidiéndose de ella antes de acostarse, ¡aún hoy lo sigue haciendo!

Y Colorín, Colorado, este cuento de miedo, se ha terminado :)

La calabaza Ernesta

Érase una vez, una calabaza que vivía en el campo, entre otras muchas calabazas cultivadas por el señor campesino. Se llamaba Ernesta, y era la más pequeña de todas las calabazas del huerto. Por esa razón, ser pequeña, un día, el señor campesino la recogió y la tiró a la basura diciendo: “Menuda calabaza más chica, no me sirve para nada“.
Ernesta no podía creer que la estuvieran separando del resto de calabazas, y menos con ese gesto tan cruel... así que se puso tan triste y furiosa que su aspecto cambió. En su tierna carita aparecieron cicatrices y su sonrisa se transformó en una mueca terrorífica. A partir de ese día, Ernesta decidió aparecerse todas las noches de Halloween para asustar a los hijos del campesino por la calle.
Cuando el señor campesino se enteró de esto, entendió con tristeza que no debía haber tratado así a Ernesta. Aunque fuera más pequeña, merecía el mismo trato que las demás calabazas, pero ya era tarde. Hoy Ernesta todavía anda suelta… si la veis, avisad a vuestros papás para atraparla, tal vez, si vuelve con sus hermanas calabazas vuelva a ser dulce y buena. Ah, ¡y procurad no cometer nunca el mismo error que el campesino juzgando a alguien por su apariencia!
Y Colorín, Colorado, este cuento de miedo, se ha terminado :)

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